“Yo también fui una pera blandita golpeándose y machucándose en una bolsa de
frutas duras a la salida de la
verdulería y a mí me hubiera gustado que una mano me sacara de ahí y me llevara
con cuidado por el camino”
Me decías eso mientras caminábamos por Rosetti y le hacías una cunita a
la pera.
Ahí entendí como se ejercía minuciosamente el pacto de -amar cuidar- que
una vez dibujamos en el viento. Que el amor no es sólo globo en el aire, sino
también, pies en el suelo, es que se elija lo real y que parezca de película, es
la paradoja del dos en uno
sin dejar de ser uno shampoo y el otro crema enjuague.
Es mano en cunita para pera
machucada.
Es todo lo que nos costó estar en esa bolsa. Es construir desde los escombros de los efímeros castillos
de arena, monoambientes que, aunque sean chiquitos como una nuez,
estén en tierra firme.
Yo también fui esa pera, te digo mientras llegamos a la puerta y saco
con una sola mano la llave del bolso, porque
con la otra me aferro a vos que sos mucho más casa.