Digamos que no fueron
felices por siempre, porque entre ideal e irreal hay solo dos letras.Digamos más bien que se paseaban conociendo sus mundos con infinita sed del
otro y algunos tropiezos.
Que él de vez en cuando se sumergía en las profundidades de su agua sin
siquiera saber la temperatura y con claros riesgos de hipotermia.
Que a ella de cuando en vez, le sobraba el aire y el cuerpo se le despegaba con tanta facilidad que le costaba volver a anclar.
Digamos que a veces en su mundo caía una lluvia muy azul que retardaba el amanecer y ellos no podían hacer más que sentarse a mirar desde su ventana redonda esa noche tan larga.
Podemos decir que él era un aprendiz de esas ciencias que a ella le bailaban con la naturalidad de la hoja y el viento.
Ella traducía en su cuerpo el lenguaje más antiguo de la libertad , él la miraba atónito, y los destellos de sus ojos quedaban impregnados en los rincones que se iban llenando de color.
Digamos que su casa era un palacio en el que no cabía más que una vela sobre un mapa , y con eso, el mundo entero.
Un pulmón del sol en donde las ciencias ocultas se mostraban entregadas sobre la mesa y el amor como única ofrenda para curar a los dioses en su cruel tarea de ser dioses.
Digamos que no fueron felices por siempre, que el esfuerzo de mantener la felicidad no era más que la bruja de la que había que deshacerse.
Que la felicidad era lo cosechado en un rinconcito de tierra en donde crecía la albahaca, el juego siguiente al de la hamaca en donde mecían el pasado para curarlo, era la fusión de todos los poemas que desbordaban paraditos en el atril, era la consecuencia naranja de mezclarse tan rojos y amarillos.
Contémoslo como que su amor era anfibio, mitad aire ,mitad agua y sus semillas desarrollaron branquias o alas, según el día amanecía.
Claro que cada tanto tropezaban y a ella las plumas se le empapaban y quedaba hecha un capullo allá lejos en un pedacito del planeta. Él se salpicaba con la mentira piadosa de un rociador, se acostaba a su lado tan mojado como ella y después de algunos rayos de sol, la pena se evaporaba.
Claro que cada tanto a él, la ola no le dejaba ver el mar y se quedaba estático en la orilla, sollozando, asfixiado por lo pequeño que parecía el presente.
Entonces ella que nunca estaba tan lejos, se acercaba , lo montaba sobre sus alas , le hacía recorrer el mundo en lo que tarda un remolino de viento en llevarse las quejas.
El abría grande los ojos,y ahí, los destellos.
Digamos que se amaban , con la luz y la sombra que de eso se desprende.
Digamos que existen tantos mundos construídos como personas que se amen.
Digamos que el trigo del mundo es la magia del amor.
Que a ella de cuando en vez, le sobraba el aire y el cuerpo se le despegaba con tanta facilidad que le costaba volver a anclar.
Digamos que a veces en su mundo caía una lluvia muy azul que retardaba el amanecer y ellos no podían hacer más que sentarse a mirar desde su ventana redonda esa noche tan larga.
Podemos decir que él era un aprendiz de esas ciencias que a ella le bailaban con la naturalidad de la hoja y el viento.
Ella traducía en su cuerpo el lenguaje más antiguo de la libertad , él la miraba atónito, y los destellos de sus ojos quedaban impregnados en los rincones que se iban llenando de color.
Digamos que su casa era un palacio en el que no cabía más que una vela sobre un mapa , y con eso, el mundo entero.
Un pulmón del sol en donde las ciencias ocultas se mostraban entregadas sobre la mesa y el amor como única ofrenda para curar a los dioses en su cruel tarea de ser dioses.
Digamos que no fueron felices por siempre, que el esfuerzo de mantener la felicidad no era más que la bruja de la que había que deshacerse.
Que la felicidad era lo cosechado en un rinconcito de tierra en donde crecía la albahaca, el juego siguiente al de la hamaca en donde mecían el pasado para curarlo, era la fusión de todos los poemas que desbordaban paraditos en el atril, era la consecuencia naranja de mezclarse tan rojos y amarillos.
Contémoslo como que su amor era anfibio, mitad aire ,mitad agua y sus semillas desarrollaron branquias o alas, según el día amanecía.
Claro que cada tanto tropezaban y a ella las plumas se le empapaban y quedaba hecha un capullo allá lejos en un pedacito del planeta. Él se salpicaba con la mentira piadosa de un rociador, se acostaba a su lado tan mojado como ella y después de algunos rayos de sol, la pena se evaporaba.
Claro que cada tanto a él, la ola no le dejaba ver el mar y se quedaba estático en la orilla, sollozando, asfixiado por lo pequeño que parecía el presente.
Entonces ella que nunca estaba tan lejos, se acercaba , lo montaba sobre sus alas , le hacía recorrer el mundo en lo que tarda un remolino de viento en llevarse las quejas.
El abría grande los ojos,y ahí, los destellos.
Digamos que se amaban , con la luz y la sombra que de eso se desprende.
Digamos que existen tantos mundos construídos como personas que se amen.
Digamos que el trigo del mundo es la magia del amor.