a todo lo que no tiene nombre.
A querer comerte un chocolate a las tres de la mañana
con un insomnio que más que estar
despierta es estar desierta,
a los ojos rojos y chiquitos que achinan los fantasmas,
a la huerta que nunca vas a tener, porque todo se te marchita
inclusive los fantasmas.
Decirle pascualina a estar sola y
mal acompañada,
al silencio que hacemos cuando la guerra planta bandera en tu boca.
Decirle Pascualina a que se te muera la abuela
y te salga un "tendría que haberla visitado más seguido"
Decirle Pascualina a escuchar la perversión de sus manos en otros libros
a que todo lo que vos querés, exista siempre en un talle menos
a que te guste sólo lo que ya tiene su par
a las lunas vacías
a los colectivos fuera de servicio.
Decirle pascualina
a que empiecen a dar vuelta las
sillas del bar en el que estás
a que pienses que tendrías que haberte comprado
la otra campera que te ofrecía la
vendedora, no la que te compraste.
A que te falten diez centavos para el viaje
a todo el tiempo que sobra
después de un chau.
Decirle Pascualina aunque sea
como una forma de apego
esos días en que no creemos en el zen, ni en el sol
ni siquiera en nuestra propia historia.
Aferrarse a algo,
aunque sea a un nombre
para no resbalarse
cuando la vida va en pendiente
hacia abajo.
Es exactamente así. Pascualina.
ResponderEliminarUna especie de melancolía que ni siquiera es.
Y vos lo decís maravillosamente.
Abrazo,
Alicia Márquez