lunes, 8 de octubre de 2012

Mecanismo lunar




De chiquito te dijeron que no te gustaba mojarte, que tenías que usar paraguas, porque si te mojás la ropa pesa más, y llegar y colgar todo, y las zapatillas que no se terminan de secar nunca además andar con el pelo mojado y el frío y que después parecés un infeliz.
Así que entendiste que no te tenía gustar mojarte y el paraguas se convirtió en un elemento imprescindible de tu v
ida.
Tanto que siempre tenés a tu mamá/papá/responsable y/o tutor a cargo que te grita cuando estás por abrir la puerta para ir a jugar: “ no te olvides el paraguas”.
Un día llueve y tenés el paraguas encima. Llegás a la estación y ya lo tenés tan incorporado como si fuera una extensión de tu brazo, que ni siquiera percibís que está el techito del andén y que no necesitás cubrirte de nada, porque hay el oxigeno suficiente para que respires sin que la lluvia te invada y te convierta en pez, porque un poco de miedo te da eso: las branquias no quedan bien y no sabés si te combinan con la ropa.
Pero vos no lo notás, no notás el techito, no notás que ya no hay por qué defenderse de la lluvia que tan fiel a la ley de gravedad cae insistentemente sobre la vida de todos.
Y así pasa el tiempo, y vos en el andén y hasta a veces te tomás el mismísimo tren con el paraguas, porque ya no sabés bien si está abierto o cerrado, eso en los casos en los que más atención pongas, porque a veces ya ni siquiera sabés si tenés el paraguas o no.
Un buen día (que vos en principio, creías que no era tan bueno) te roban el paraguas, te queda toda una jornada andando por la calle, por eso rogás a cada paso, que no se largue a llover, y soplás despacito sin que nadie lo note (porque otro miedo que tenés además del de convertirte en pez, es que la gente piense que estás loco) y le prometés ofrendas y caminatas a Lujan al dios del tiempo.
Pero el cielo no te hace caso y se llueve todo y parece que lloviera peor (o mejor) que nunca, el agua dañando cada micropartícula de la ciudad, porque de tanto que te defendiste de la lluvia toda la vida, pensás que la lluvia no baña, daña.
Te mojás, todo te mojás, diez segundos y la película seca que contabas antes no la podés contar más, tu invulnerabilidad se permeabilizó.
Los primeros cinco minutos estás molesto por la sensación rara, eso que vos no elegiste y te cayó del cielo, como maldición.
Pero hay un momento en que algo (puede ser esa parejita que viste caminando de la mano riéndose, o la nena que saltaba feliz de charco o en charco, o el recuerdo de tu perro metiéndose al mar) giró el picaporte y decidiste entrar en la lluvia, entregarte a estar empapado.
Y comprobaste por vos mismo, que no estaba tan mal mojarse, que si aplaudías debajo de la lluvia, las gotitas salpicaban de tus manos y si agitabas las ramas de los árboles tenías una nube personalizada.
Que no estaba nada mal convertirse en pez, y andar boqueando entre la coreografía uniforme de paraguas-escudo, y que las branquias combinaban, porque las branquias siempre combinan.
Que cuando te dejaste de defender de lo que cayó del cielo como maldición, se transformó en bendición.
Ese día lo supiste,desde ese momento la industria de los paraguas iba a contar con un cliente menos.