lunes, 9 de julio de 2012

Decirle pascualina




a todo lo que no tiene nombre.

A querer comerte un chocolate a las tres de la mañana
con  un insomnio que más que estar despierta  es estar desierta,
a los ojos rojos y chiquitos que achinan los fantasmas,
a la huerta que nunca vas a tener, porque todo se te marchita
inclusive los fantasmas.
Decirle pascualina a estar  sola y mal  acompañada,
al silencio que hacemos cuando la guerra  planta bandera en tu boca.
Decirle Pascualina a que se te muera la abuela
y te salga un "tendría que haberla visitado  más seguido"
Decirle Pascualina a escuchar la perversión de sus manos en otros libros
a que todo lo que vos querés, exista siempre en  un talle menos
a que te guste sólo lo que ya tiene su par
a las lunas vacías 
a los colectivos fuera de servicio.
Decirle pascualina
a que empiecen a dar vuelta las  sillas  del bar en  el que estás
a que pienses que tendrías que haberte comprado
la  otra campera que te ofrecía la vendedora, no la que te compraste.
A que te falten diez centavos para el viaje  
a todo  el tiempo que sobra después de un chau.
Decirle Pascualina aunque sea
como una forma de apego
esos días en que no creemos en el zen, ni en el sol
ni siquiera en nuestra propia historia.
Aferrarse a algo,
aunque sea a un nombre
para no resbalarse
cuando la vida va  en pendiente hacia abajo.

1 comentario:

  1. Es exactamente así. Pascualina.
    Una especie de melancolía que ni siquiera es.
    Y vos lo decís maravillosamente.
    Abrazo,

    Alicia Márquez

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