sábado, 18 de junio de 2011

Migrar




Que no, le dije
Que cuando alguien se va por las ramas es porque se olvida de sus raíces, y que después el árbol se seca y no hay primavera ni milagro que lo haga rebrotar.
Que sí, me dijo
Que sumemos el dulce y la manteca; los amaneceres vistos desde el primer asiento de un micro; las caricias del café con leche; el refugio de quedarnos a solas a la hora en que los amigos vuelven a sus escondites y la ropa revuelta en el piso.
Que sí, me dijo, que más por más daba más.
Entonces yo teoricé y enfaticé y apelé a la jurisprudencia que tanto mal hace en esos casos y grité “objeción mi señoría” y llamé al estrado a esos jueves fríos y llorosos
Entonces ella refutó que no valía apelar a la retórica y que se trataba de sentir o no sentir, de las mariposas o los murciélagos, de las bocas de incendio o de los labios de escarcha, del amor en las manos como un signo de admiración o uno de pregunta.
No le dije, no sabía qué, no podía.
No le dije nada.
Me miró, agarro mis brazos y los puso en su espalda, calzó su cabeza en mi hombro y me dijo al oído si las cosquillas, si los juegos de palabra, si recorrerme entera como si yo fuera una pista de aterrizaje y ella un avión a punto de despegar.
Miré el techo.
Mirá el techo, le dije, el cielo raso hace estragos con las turbinas y además, hay exceso de equipaje 
Y fijé la mirada en los fantasmas que nos espiaban desde atrás de la cortina.
No dijo, no supo qué, se le inundaron los ojos de palabras saladas.
Necesito aire - Le dije.
Y entonces ella me dejo volar

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